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lunes, 8 de noviembre de 2010

Saga "La Mediadora" El Comienzo Capitulo 22: Claire

Sobre las cinco de la tarde todo estaba dispuesto para partir. Estaba embutida en uno de los costosos trajes que me habían comprado para la ocasión: conjunto de falda corta lisa y chaqueta negros acompañados de una fina blusa de seda en tono champán claro. Agregué unas medias negras muy transparentes, unos zapatos de tacón fino con un pequeño adorno en forma de broche dorado y un discreto bolso negro en piel de cocodrilo.La simpleza del conjunto quedaba perfecto, realzaba mi figura -sobre todo mi trasero- pero me podría venir bien para no destacar mucho entre la gente cuando llegasemos al juicio.
Me habían dado indicaciones de que esperara a Constantin en su despacho de la planta baja, así que allí estaba yo juegueteando con una de las figuras en plata que adornaban una estantería al fondo de la habitación. Era una pequeña estatuilla del tamaño de la palma de mi mano con la forma de una mujer india, pluma en la cabeza incluida. No sé por qué pero me recordaba a Pocahontas. La figura tenía la mano alzada y portaba una pequeña daga en su mano. A fuerza de manosearla descubrí que sus extremidades y cabeza estaban articuladas y mi necesidad de distraerme con ella aumentó. No era nada del otro mundo, pero hacerle subir y bajar el brazo que portaba la daga me hacía distraerme de mi ansiedad. Cinco minutos antes, los ventanales del despacho se habían cerrado mecánicamente con un grueso muro de acero que salió por una hendidura del exterior del alfeizar. Antes de que terminasen de cerrarse me dio tiempo de ver por el cristal que el resto de ventanas que desde allí se podían ver también estaban siendo amuralladas. La casa entera se había convertido en un bunker impenetrable. No suelo ser miedosa, pero saber que estoy encerrada y no conozco la manera de salir me pone de los nervios. Estaba segura de que cuando Constantin llegase me daría una explicación pero mientras no lo hiciese yo me comía el coco pensando en una vía de escape. Es una de las primeras lecciones que mi abuela me enseñó cuando me entrenaba para luchar contra los vampiros:

“Conforme camines, donde estés debes comprobar todo el área que te sea posible minuciosamente. Si te cruzas con un vampiro y decide hacerte prisionera para tener alimento seguro durante días, tendrías solo una oportunidad buena de escapar si sabes con antelación donde está la salida”.

Tantas veces me lo repitió a lo largo de mi vida que había creado en mí una especie de fobia extraña, puesto que no hacía falta que fuera un espacio pequeño para molestarme. Por eso decidí fisgonear por la habitación, para distraerme y no pensar en que me sentía atrapada. Encontrar a Pocahontas fue un alivio. Tras tres minutos mi nerviosismo aumentaba y con ello la rapidez de mis movimientos sobre la muñeca. Si seguía así la india se quedaba sin brazo.

Una suave mano se posó sobre la mía para detener mis movimientos- Yo que tú no haría eso, puedes lastimarte.

Giré la cabeza en un nanosegundo, era Constantin y extrañamente su cara mostraba cansancio. Maldije en mi interior. Tan concentrada estaba en olvidar mi fobia que lo que realmente olvidé fué la primera regla de mi abuela, estar alerta y anticiparme. No me había enterado de cuando él entró.- Lo siento, no creí que fuese algo tan endeble como para que me lo pueda cargar.

Debió de notar algo en mi mirada porque se apresuró a explicarme- No es la figura la que me preocupa que le pueda pasar algo, eres tú. Esto no es tan inofensivo como parece.

Me arrebató con delicadeza la pequeña figura. Con dos dedos giró el brazo de la figura un poco más hacia atrás de lo que yo lo había estado haciendo mientras con la otra mano la sujetaba firmemente por la base. Se oyó un click y la cabeza de la india torció a un lado dejando asomar un afilado cortaplumas.

-¡Oh!- Exclamé pensando en que me podía haber cortado.- Estaba tratando de distraerme un poco. Las ventanas han sido emparedadas con un grueso muro de acero y no me gusta quedarme encerrada sin previo aviso.

-Esto se hace siempre que me levanto temprano, antes de que se haya ocultado el sol. Gracias a ello puedo pasearme por toda mi casa sin el peligro de quemarme. Siento que no te hayan avisado, me encargaré de que no vuelva a suceder.

Volvió a colocar la cabeza en su sitio y se acercó hasta la estantería para dejar la figura en su sitio. Fue el momento en que me fijé en su vestuario. Siempre que lo he visto ha llevado puesto un traje, esta vez también llevaba uno pero tenía algo que lo hacía diferente. Iba vestido de pies a cabeza en riguroso negro: camisa, pantalón, zapatos... nada fuera de lo común. Creo que lo diferente estaba en su abrigo, era largo hasta el tobillo, ajustado en la parte superior, mucho más amplio en la parte inferior y con una gran abertura en la parte de atrás. Las mangas tenían acabado mosquetero en los puños. Me dieron ganas de preguntarle si acaso era fan de las películas de Matrix, donde Keanu Reeves llevaba uno del mismo estilo, solo que en cuero. Debió de notar algo porque se giró hacia la puerta. Aunque nadie había llamado dió permiso para entrar.

-Adelante, Elliot.

Sería cosa de vampiro. La puerta se abrió y el Renfield estaba realmente tras la puerta. Entró en la habitación e hizo una tiesa reverencia con la cabeza a Constantin.

-Señor, el equipaje ya está en el vehículo. Todo dispuesto para cuando desee partir.

No esperó respuesta, simplemente se apartó a un lado esperando para que él saliese. Constantin me miró de nuevo y tras escrutarme de arriba a abajo curvó sus labios en una sonrisa picarona.

-Luces hermosa.- Constantin caminó sonriente hacia mi elevando una mano con la palma hacia arriba a la altura de su pecho, era una invitación a acompañarlo.-Ven frumoasa floarea, nos esperan en Indiana.

Tanta caballerosidad me resultaba muy pastelosa. En lugar de tomar su mano me paré junto a él mientras hacía como que me arreglaba unas ficticias arrugas en mi blusa. Esperó paciente a que acabase para insistirme en que tomara su mano. Como ya no se me ocurría nada le negué con la cabeza.

-No te voy a hacer nada, créeme.

Rodé mis ojos- ¿Y ahora qué dirás? ¿Que no muerdes? ¡Por favor...!

Puso sus manos en la cadera y adoptó una voz imitando un pequeño enfado- ¿Acaso te los he mostrado alguna vez? Que tenga con que morder no siempre significa que vaya a hacerlo. El problema está en que todavía no te has relajado y por eso tomas una actitud defensiva. Lo único que intentaba era que tomaras mi mano para caminar hacia el coche, quería que te fueses acostumbrando a hacerlo para que cuando llegasemos a Indiana no te supusiese un problema. Cuando lleguemos allí nos estará esperando una escolta de Moretti y posiblemente alguien que pertenezca a Kareemah, si ven que tu llegas de mi mano sabrán que me perteneces y no podrán ponerte una mano encima.

-¡Yo no te pertenezco! Si sigues por ese camino prefiero quedarme y mandar a la mierda todo, incluido el reportaje.

-Es una formalidad. Todo aquel que no pertenece a un maestro automáticamente se convierte en un alimento a compartir. ¿O es que te apetece ser mordida por cualquiera que quiera hacerlo?- hizo una parada dramática para enfatizar el asunto- Entonces, ¿vendrás de mi mano o prefieres no venir y que Moretti suelte otra vez a Bernie gracias a un juicio nulo? Prescott estará feliz de poder ir a por Gina Banks y terminar con lo que empezó. Créeme, esta vez estará preparado por si alguien trata otra vez de capturarlo.

Lo analicé por un momento. No creí que mi presencia pueda tener tanto valor en el juicio como él pensaba. Al final sopesó más el no querer ser culpable si algo malo le pasaba a Gina Banks que mi testarudez hacia el vampiro. Respiré profundamente y coloqué mi mano sobre la suya dándole una mirada entrecerrada.

-Que conste que esto me ha parecido un chantaje más que otra cosa. Espero que por lo menos me pongas al dia con todo lo que pueda necesitar saber, no quiero más sorpresas del estilo “las ventanas se emparedan automáticamente” o “tiene que parecer que eres propiedad de alguien”.

-Por supuesto frumos...- me dijo mientras caminabamos por el pasillo.

-Te he dicho ya mil veces que no me llames eso.- protesté yo.

Llegamos hasta una puerta al fondo seguidos por Elliot que se apresuró para abrirnos. La estancia era un garaje que daba directamente al lado del restaurante. Hice memoria y recordé ver un portón junto a él, pero por su apariencia exterior nunca lo hubiese relacionado con una propiedad de Constantin, la fachada no encajaba con la pintura del resto del edificio y su aspecto era deteriorado.
Dentro del enorme garage se encontraban tres gigantescos vehículos negros con los cristales tintados. Por su tamaño me resultaba difícil encajarlos en la gama de gran monovolumen o en la de microbus. Tras ellos había un camión en el que un grupo de weres terminaban de cargar una especie de maletas largas junto a varios baúles. Adam y Cristine estaban en ese grupo.

-Antes de que preguntes y para ratificar el acuerdo que teníamos sobre que te informaría de todo lo que quieres saber te diré que esa especie de maletas portan a un grupo de mis vampiros que formarán parte de la comitiva que llevo.- me dijo Constantin.

-¿Eso son ataudes?

-Si, se podrían llamar así si te gusta más,. Es lo mejor del mercado actualmente para el transporte de vampiros durante el día.

-Presumes de tradicional y luego usas cosas de última generación, no te pega.

-Pues claro que hay cosas que son necesarias. Un ataud tradicional era lo mejor para ocultarse del sol y de las miradas ajenas en mi época, nadie quería abrirlo por si daba mala suerte. Hoy en día ir en uno es lo mismo que llevar un cartel en la frente que ponga: “vampiro, permitido estacar mientras duermo”. El material con el que están hechos es ignífugo y tampoco deja traspasar la luz, si tuviesemos un accidente tendrían tiempo de sobra de salvarlos ahí metidos.

-Pues venga, no te entretengo más, ve a por el tuyo. Yo te aviso cuando lleguemos.

-He optado por mantenerme despierto durante el viaje, son tres horas nada más.

Adam y Cristine llegaron hasta nosotros- Todo está dispuesto para cuando quieras salir.

Con un asentimiento de cabeza del maestro el grupo de weres fue montando en dos de los vehículos. Elliot se apresuró a abrir la puerta a su señor después de recibir las últimas órdenes con lo que se debía de hacer en su ausencia y después de montarme yo subieron al coche los dos were-tigre.
El habitáculo era muy grande, había asientos a un lado y otro como en una limusina, incluso una pequeña nevera y un soporte para bebidas.. Constantin me invitó a sentarme a su lado y como si todo hubiese sido estudiado en una coreografía el portón se abrió y los vehículos fueron marchando. El nuestro era el del medio.
Al principio del trayecto estaba un poco incómoda pensando en lo que me esperaría ver cuando llegasemos. Para olvidar el malestar centré mi atención en los dos weres que estaban jugueteando como si fuesen cachorros tirándose del pelo o de las mangas de sus abrigos. Era divertido ver cómo esperaban la oportunidad de molestarse el uno al otro hasta que empezaron los mordisquitos y Constantin tuvo que poner paz entre ellos porque el juego estaba pasando a mayores. Cuando consiguió calmarlos volvió a centrar su atención en mí. Tal y como quedamos empezó a adoctrinarme en las costumbres vampiras que debía cuidar en una reunión como a la que íbamos. Eran muchas, unas más raras que otras pero llevaderas. Estos son algunos ejemplos: Nunca debía de intentar dar la mano para saludar, con una simple inclinación de cabeza era suficiente. Si teníamos que desplazarnos hacia una estancia diferente primero debía de pasar la Riaht, después los consejeros, los maestros y por último el séquito, así era como ellos llaman a la compañía que llevaba cada maestro, incluida la escolta. Los humanos no podíamos estar en algunas de las reuniones y nuestros dormitorios estaban todos en la misma planta, lejos de los de los vampiros- salvo que te hubiesen invitado a permanecer en uno. No podíamos tampoco hablar sin ser preguntados o sin haber dado permiso. A cada nueva norma que me decía yo tenía siempre una pregunta, ¿Qué cojones se habían creído estos vampiros? Tratan a los humanos como perros. Constantin notaba que me iba molestando saber todo esto.

-Mea floare, no te sientas molesta por las normas que estás escuchándome decir. Piensa que hemos estado ocultos durante mucho tiempo y es muy difícil cambiar las costumbres en tan corto espacio. Además piensa, si hubiésemos sido descubiertos en vez de hacerlo público nosotros, ¿nos habrían tratado como iguales o peor de lo que yo te estoy explicando?

Tuve que darle la razón ahí, la mente humana es una jodida mierda cuando trata de protegerse. Los vampiros hacían exactamente lo mismo y no podía juzgarlos duramente por ello.
Tras esa explicación que me dejó mas o menos convencida se formó un pequeño silencio que yo rompí preguntándole si me podía explicar cómo Kareemah había conseguido ser Riath aquí procediendo de Egipto. Por lo poco que me había hablado de ella parecía ser una gobernante autoritaria. Él mismo tampoco sabía exactamente cómo había sido en vida, lo único que conocía era que ya siendo vampiro fue emigrando continuamente por Africa para no ser descubierta hasta embarcar en Mauritania en una nave mercantil que cruzó el Atlántico rumbo a Sudamérica. Para subsistir se alimentó e hipnotizó a la tripulación con algún que otro percance que dió lugar a unas cuantas historias sobre la ”nave maldita” que duraron años.
Estaba explicándome cómo ocupó el lugar del antigio Riath cuando el vehículo pilló un bache en la carretera. El rebote fue tan grande que choqué con Constantin. Una luz intensa me dejó ciega por instantes, así que cerré los ojos y esperé a que se les pasase el destello.
Cuando abrí los ojos no estaba en el interior del vehículo. Me encontraba en una habitación, un dormitorio para ser más exactos. Era una habitación enorme, con la pared empapelada en motivos florales en tonos pastel, muebles muy torneados en caoba oscuro y la cama de dosel con visillos blancos. Yo estaba sentada junto a la ventana frente a un escritorio. Miré hacia abajo a mis ropas y aluciné. Llevaba puesto un hermoso vestido en color azul profundo, de escote barco rematado con un pequeño lacito de encaje, mangas caidas hechas del mismo tipo encaje y la falda voluminosa por estar usando una gigantesca crinolina. El taburete sobre el que estaba sentada no podía verse por culpa de ella.

-Vale- pensé- ya estoy metida de nuevo en una de esas regresiones que no me sirven para nada.

Me di cuenta que sobre el escritorio había una hoja, una carta. Debía de estar escribiendo cuando llegué allí, tenía el dedo pulgar y el dedo corazón ligeramente manchados de tinta. Ojeé la carta y sólo estaba puesta la fecha y el lugar: Paris, 8 de noviembre de 1860.
Quizás todo esto de estar viajando al siglo XIX era porque tenía que arreglar algo que sucedió y hasta que no lo consiga no podría quitarme el problema de los flashback. Era lo único que se me ocurrió en ese momento acordándome de lo que hice sin querer durante el asalto al hotel, así que me concentré en repasar todo lo que había visto hasta ahora en mis visiones por si encontraba la clave para ese momento.
De repente, un precioso camafeo ovalado en marfil con el dibujo de una rosa negra en el centro apareció ante mis ojos y escuché una inconfundible y melodiosa voz, sólo que con un profundo acento.

-Un pequeño detalle para mi hermosa Claire...

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