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lunes, 12 de abril de 2010

Le Theatre des Vampires Capitulo 17

Capitulo 17
Me levanté tambaleando. ¡Dios, no me lo podía creer! ¡Yo candidata a vampira! ¿Cuándo había cambiado mi vida entera?
-Veronique… por favor. Espero que estés bromeando- dije dando ya pasos lentos hacia mis amigos, tratando de no sobresaltar a la hermosa mujer que tenía ante mí.
Ella se levantó elegantemente del taburete triangular donde habíamos estado sentadas las dos un momento antes. Retiró su largo pelo que caía sobre su pecho con un ligero movimiento de cabeza, dejándola ligeramente inclinada hacia un lado observándome curiosa y divertida, mientras avanzaba hacia mí con la mano levemente alzada tratando de calmarme.
-Mon chère, ¿por qué te asustas de algo completamente natural? Sé que debería haber esperado que Dominique te preparase para saberlo, pero dado tu renuencia a venir a nuestro hogar, no iba a desperdiciar la ocasión de decírtelo. No te voy a hacer daño, ya has comprobado nuestra hospitalidad y nuestra devoción por los seres humanos. Nadie en esta casa sería capaz de destruir a gente como tú. ¿Acaso has visto que alguno de los espectadores haya sufrido mal alguno?
Estaba ya casi tocando a Roger con mi talón y tenía que decidir rápidamente que hacer- Normal que no nos queráis hacer daño, os servimos fantásticamente para alimentaros…
-S'il vous plaît, ma petite, deja que te explique bien lo errada que estás en tus suposiciones. Quédate un poco. A tus amigos no les pasará nada por estar un rato más así. Por lo menos espera a que llegue Dominique, estoy segura de que Antoine fue a avisarle para…
-Para decirte que no tenias que haberte metido en mis asuntos, Veronique. Te aseguro que esto no quedará así.
Dominique apareció en el umbral de la puerta de la habitación, acompañado de Maximilien. Estaba enfadado con ella, tenía los puños cerrados fuertemente y la miraba con unos ojos que, de haber sido lanzallamas, seguramente Veronique sería solo brasas. Todo era normal en él, ojos y dientes incluidos. La única diferencia estaba en su vestimenta. Acostumbrada como estaba a verle en vaqueros y camisetas ajustadas, se hacía raro verle vestido con un traje de época. La verdad es que no le quedaba mal, le sentaba como un guante. Lo estaba contemplando mientras tenía estos pensamientos, así que sacudí mi cabeza para enfocarme en lo que de verdad era importante: las ganas de Veronique de clavarme los colmillos en la yugular. Casi podía sentir su mirada penetrándome por la nuca cuando yo me había girado al sentir la voz de Dominique.
Veronique soltó una carcajada, mientras muirmuraba algo en frances que no llegué a entender, pero que por su entonación sonaba así como si estuviese diciendo alguna maldición para él. Luego dijo algo a Maximilien señalando a mis amigos y se sentó como si nada en el taburete para seguir acicalándose el cabello. A través del espejo miró a Dominique.- Yo he tratado de hacer lo que tú a estas alturas todavía no has hecho. Deberías avisarla de una vez. Y ahora largaos a otra parte, necesito terminar de arreglarme para mi actuación.
Maximilien fue hasta Tara y los otros y les susurró algo que los despertó de inmediato. Los saludó como si acabase de llegar y les dijo que por favor le acompañasen a la planta de abajo para que siguiesen disfrutando del espectáculo.
Los tres estaban algo confusos. Tara se giró para mirarme mientras eran conducidos al pasillo y Dominique la saludó casualmente mientras le pedía que me dejasen con él, que tenía algo muy importante que decirme. Yo no tuve tiempo de decir nada, para cuando las palabras volvieron a mi garganta, ellos se habían ido.
-Ven conmigo, por favor,- dijo alzando una mano para señalarme la puerta- necesito hablar contigo para aclarar un poco todo este lío. Acompáñame a mi dormitorio.
No sabía que hacer. ¿Y si trataba de secuestrarme? Las palabras de Veronique todavía retumbaban en mi cabeza.
-Te prometo que no te pasará nada, solo quiero que hablemos.
Asentí callada, le dejé tomar mi mano y me condujo hasta la última habitación al final del pasillo. Hasta ahora no me había fijado en que el tacto de su mano estaba algo fría al tocarla, no totalmente fría, pero sí bastante más que la mía.
Su dormitorio era una pasada. Era gigantesco, con muebles de época extremadamente recargados con múltiples diseños torneados en todos ellos. La cama era de dosel, con tupidas cortinas en color crudo, rematadas con bordados dorados en todos los bajos y cinco cojines sobre la almohada. El tocador estaba junto a un gran ventanal cubierto con gruesas cortinas marrones sujetas por cordones dorados. Tenía pocos objetos sobre él: una bandeja donde reposaban varios llaveros, un cofre repujado, un reloj clásico con un par de pequeños ángeles sujetando la esfera y una foto de Dominique. Me acerqué para mirarla y comprobé que en la fotografía estaba vestido al estilo de las películas de los años veinte. La foto estaba un poco desgastada por el paso del tiempo pero el rostro no dejaba dudas de que era él.
Al otro lado de la habitación había dos puertas, supuse que una seria un vestidor y otra estaba entreabierta y se vislumbraba una bañera de patas al fondo. Tras la puerta por la que entramos había un escritorio sobre el que estaban algunos libros de los que usábamos en el instituto y un par de carpetas.
Dominique me ofreció la silla del escritorio para que me sentase. La puso al lado de la cama y él se sentó sobre el colchón. Miraba hacia abajo, a sus pies, como si buscase las palabras que mejor pudieran encajar para empezar la conversación.
-Bien, explícame que es lo que está pasando. Veronique me ha asustado bastante.- dije tratando de ayudarle a comenzar.
-¿Qué te dijo ella? Veronique cuando se lo propone puede ser brusca para decir algo.
-Básicamente que soy perfecta para ser vampira, que lo sabe por la sangre de mi madre. Me enseñó sus colmillos para que viese que son de verdad. Dominique, ¿de verdad sois vampiros? Por favor, explícame todo desde el principio.
-Si.- lo dijo mirando hacia otro lado, no se atrevía a mirarme para decirlo-Somos vampiros, pero no en la manera que todo el mundo piensa que lo somos. No estamos muertos, es una diferencia genética que ha perdurado en el tiempo. Hace milenios, existían por igual humanos y vampiros. Digamos que nosotros éramos los débiles debido a nuestros problemas para soportar el sol y nuestra lentitud para asimilar los alimentos, requeríamos de un aporte extra de los nutrientes básicos para subsistir. Nuestros colmillos se alargan por esa razón, porque tratábamos de conseguir lo que nos faltaba a través de los animales y necesitábamos una herramienta con la que hacer brotar la sangre. Cuando se descubrió que la sangre humana nos compensaba más, comenzamos a tomarla directamente de los humanos. En la primera época, en la que no había normas hubo gran cantidad de asesinatos y eso fue lo que nos llevó a casi perecer, éramos perseguidos, llamándonos asesinos y tratando de quemarnos hasta convertirnos en cenizas. Por eso se crearon las normas, para respetar y ser respetados, aunque lo que se consiguió fue que se crearan falsas leyendas e historias sobre nosotros y nuestras costumbres.
Traté de asimilarlo. Visto de la manera que lo describía, eran casi victimas, siempre luchando por que se reconociera que no eran los seres crueles que habían sido en el pasado.
-Bueno, más o menos lo entiendo, pero no se que pintamos en todo esto mi madre o yo.
-Cuando te conocí, vi el pequeño destello dorado a tu alrededor. Eso es lo único que nos hace reconocernos entre nosotros si no estamos mostrando nuestros colmillos. Lo provoca nuestra sangre al ser atraída por otra parecida. Se lo comenté a Antoine y trató de conocerte para comprobarlo. El que tu madre se dedicase a la publicidad nos ayudó a conocerla, porque en verdad necesitábamos a alguien que se encargara de la publicidad, y estuvo comentándonos sobre tu familia materna. Antoine se enteró de que tu bisabuela materna tenía como primer apellido Marcille, típico de la zona de Marsella y muy reconocido entre los nuestros por su larga estirpe de vampiros de sangre pura. Indagando un poco más comprobó que descendéis de vampiros franceses que no fueron convertidos en su momento, bien por no quererlo ellos mismos, por no haber sido descubiertos por otros, o por haber muerto a edad temprana.
-¿Y mi madre sabe todo esto? ¿Se lo habéis contado?
-Pregúntale tú misma.
La puerta se abrió y una hermosa mujer entró con una amplia sonrisa dibujada en su rostro, mostrándome unos largos y relucientes colmillos. Me fijé mejor y comprobé que quien había entrado era mamá.

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